Leopoldo Lugones y Emilia Santiago Cadelago
Mi amor en tus ojos, el cielo.
Mi amor en tus manos, la suerte.
Mi amor en tu boca, el anhelo.
Mi amor en tu alma, el consuelo.
Mi amor sin el tuyo, la muerte.
Mi amor en tus manos, la suerte.
Mi amor en tu boca, el anhelo.
Mi amor en tu alma, el consuelo.
Mi amor sin el tuyo, la muerte.
Aquellas habían sido las palabras elegidas por el escritor
Leopoldo Lugones para poner de manifiesto los profundos sentimientos que
experimentaba por su amante, la joven Emilia Santiago Cadelago, en un poema que
sería premonitorio de la gran tragedia final.
El
reconocido poeta había contraído matrimonio en su juventud con Juanita González,
el primer amor de su vida, formando una familia basada en importantes
principios. Uno de ellos era la fidelidad, por lo que las décadas felices
transcurridas por la pareja hicieron que Lugones se autoproclamara como el
hombre más fiel de Buenos Aires.
Si bien
ambos eran oriundos de Córdoba, pasaron gran parte de su vida en la capital del
país.
Durante las
primeras épocas de la pareja nació el hijo de ambos, quien fuera bautizado como
Leopoldito, que con el tiempo no sólo sería único heredero de la familia,
sino también recordado como uno de los personajes más nefastos de la historia
argentina, ya que de adulto se convirtió en el instaurador de la picana
eléctrica como método de tortura en nuestro país.
La
fidelidad de Lugones hacia Juanita era tal, que incluso llegó a escribir un
libro dedicado a su esposa, titulado “El libro fiel”, que fuera publicado en
1912. Mientras tanto, el poeta mantenía una rutina tranquila, sin sobresaltos,
junto a su amada y abnegada esposa y su pequeño hijo, que crecía haciendo sentir
viejos a sus padres.
Pasaron casi treinta años de matrimonio y fue en ese momento que un episodio atípico cambió para siempre el destino de la familia Lugones.
Pasaron casi treinta años de matrimonio y fue en ese momento que un episodio atípico cambió para siempre el destino de la familia Lugones.
Corría el
año 1926 cuando una hermosa joven llamada Emilia Santiago Cadelago se acercó a
la Biblioteca del Maestro, situada en la calle Rodríguez Peña, entre Paraguay y
Marcelo T. de Alvear, donde habitualmente trabajaba Lugones.
El motivo
era sencillo, la joven estudiante necesitaba una copia del libro “Lunario
sentimental” de Lugones, que al no poder conseguir de la forma tradicional creyó
que el escritor podía llegar a facilitarle un ejemplar para su tesis
universitaria.
El
encuentro entre ambos fue trascendental, y más aún durante la cita que
mantuvieron el 23 de junio de 1926, cuando Leopoldo Lugones le entregó a la
joven un ejemplar de “Las horas doradas” en lugar de “Lunario sentimental”.
Aquel no fue un problema para ella, ya que lo importante del encuentro estaba
por producirse.
Pocos días
después, Emilia comenzó a recibir llamados y cartas de Lugones, que si bien era
mucho más mayor que ella, el amor que surgió entre ambos logró derribar
cualquier tipo de barrera. Así se inició uno de los romances más perturbadores
de nuestro país y de esta forma, lo platónico se convirtió rápidamente en una
pasión desenfrenada.
Profundamente enamorados, la pareja se reunía en un pequeño departamento del barrio de Retiro, donde su amor clandestino no tenía objeciones, y podían vivir la felicidad de estar juntos, al menos por unas horas.
Profundamente enamorados, la pareja se reunía en un pequeño departamento del barrio de Retiro, donde su amor clandestino no tenía objeciones, y podían vivir la felicidad de estar juntos, al menos por unas horas.
A partir de
allí, Lugones había dejado de ser ese marido fiel que pregonaba, y Emilia se
convertiría en la verdadera mujer fiel de Buenos Aires.
Durante
seis años vivieron una pasión realmente intensa, que inició su derrumbe cuando
el hijo de Lugones, que ya tenía 35 años, descubrió la verdad y amenazó a la
familia de la joven para que Emilia dejara a su padre. Cuando la familia
Cadelago supo la verdad, decidieron enviar a su hija a Montevideo, a fin de
alejarla definitivamente de su amante.
La
desesperación invadió la mente del poeta, quien pasó seis años intentando
recuperar a su amada. Ante la imposibilidad de hacerlo, y totalmente
desencantado con la vida decidió suicidarse el 18 de febrero de 1938, en una
austera habitación de una hostería del Tigre.
Casi cinco
décadas después murió Emilia Santiago Cadelago, después de vivir en la soltería
y en la amarga soledad de amar en silencio al único hombre de toda su
existencia.
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